Que la modernidad es un mosaico de ambigüedades esta claro, de modo que hacerse el homo dicotomicum es de lo menos respetable. Mas, ¡ay de quien por creerse el agujero negro del sinsentido peque de obtuso!
Los tiempos del pretenderse pasaron, a nadie le importa combinar la corbata o la novia, ni siquiera mezclar rayas y lunares, hoy presenciamos el advenimiento de la Cultura Yqueista. "Me gusta tu viejo, ¿y qué?", "Estudio cartografía, ¿y qué?". Podría hablarse de un ejemplo de valor, pero no, es tan solo la razón que abre paso a una amalgama de esos encantos factibles de televisación que supimos conseguir.
Nadie osaría contradecir al transgresor, cuya desclosetisada alma flota cual espíritu libre en medio de una nube de gas inflamable, con máscara incorporada. Si ser parte es primordial, el ‘no te importa’ está en la esencia misma del yqueista de la primera hora.
Hasta acá todo parece modernoso y progre, sin embargo, ni muy-muy ni tan-tan. No hay que confundir al "yqueista calco" con el "yqueista de estirpe"; uno quiere el impacto, el otro a tu viejo, posta.
He aquí el desafío. Si uno decide hacer del yqueismo un modo de vida, ¡adelante!, dé rienda suelta al frenesí de pasiones y desborde sinceridades, pero si considera que es lo mismo que saltar a la defensiva toda vez que le venga en gana usar camisa rosa o haya olvidado el corrector de ojeras, frene, si? No se confunda, no es lo mismo un Fiat 600 negro…